La creatividad es innata, está en la esencia del ser humano. Todos nacemos creativos, todos contamos con ese potencial creativo. Esa facultad de crear que nos asombra en los niños va menguando en nosotros a medida que pasan los años. Una serie de barreras van coartando nuestra capacidad creativa a medida que vamos haciéndonos mayores,hasta un momento en el que muchos de nosotros concluimos que “ya no somos creativos”. Parece que la creatividad en los adultos está reservada a los grandes genios, y el resto nos amoldamos a la forma “apropiada” de hacer las cosas, la manera eficiente, probada y útil. El pensamiento lógico, la búsqueda de un método “correcto” y el miedo al error, el miedo a equivocarse, constituyen un importante freno para el desarrollo de la creatividad. Además, la creatividad pocas veces se enseña en las escuelas y en las casas. De hecho, existe una creencia bastante difundida de que no puede enseñarse.
La buena noticia es que la creatividad sigue allí, dormida, y, como tal, puede reactivarse, despertarse, reconquistarse. ¿Cómo? Eliminando los frenos y las barreras que nos ponemos nosotros mismos. Y dedicando un poco de tiempo y esfuerzo, trabajo y práctica. La creatividad es el motor de los cambios y produce una enorme satisfacción.Es, junto con el amor, uno de los pilares de la realización del ser humano.
Timothy R.V. Foster en su libro “101 métodos para generar ideas” (1993) nos da una serie de pautas para potenciar la propia creatividad, entre las que destacamos las siguientes:
– Ejercitar los cinco sentidos
– Frente a un problema, no esperar hasta el último día para ponerse a pensar en él, podemos dejar a nuestro cerebro que funcione con el “piloto automático”
– Cerrar los ojos y dejar vagar la mente, soñar despierto hace milagros
– Consultar con la almohada
– No decir “pero”, decir “y”
– Adoptar el punto de vista de la otra persona
– Jugar a “¿qué más puede ser esto?”
– Utilizar el pensamiento lateral, explorando formas alternativas de enfocar un problema antes de dar con una solución.