El eminente psicólogo Paul Ekman, considerado uno de los cien psicólogos más destacados del siglo XX, ha dedicado gran parte de su vida profesional al estudio de las emociones y ha sido pionero en el análisis de las expresiones faciales que las acompañan.
“No podríamos vivir sin las emociones”, decía, “la cuestión es cómo vivir mejor con ellas”. Y es que las emociones nos preparan para manejar sucesos importantes sin tener que pensar en lo que hay hacer. Las emociones son repentinas, biológicas e incontrolables. Se generan por un recuerdo, por una experiencia, por la empatía y relación con otros, por la educación adquirida o por las normas sociales que imperen en el entorno.
Las emociones modifican la manera en que se percibe el mundo y en cómo se interpretan las acciones tanto propias como de los demás. Una emoción es breve, llega y se va. Cuando la emoción se expresa de forma reiterada y continua, es cuando se habla de estado de ánimo.
Para Ekman las emociones principales son siete: la tristeza, la ira, la sorpresa, el miedo, el asco, el desprecio y la alegría. La mayor contribución de Ekman en el estudio de las emociones fue demostrar a través de estudios muy completos y muchas fotografías que el rostro de las emociones es universal y se refleja de forma muy similar en cualquier cultura y raza.
Así la tristeza, una de las emociones que tienden a durar más en el tiempo, se refleja en la expresión facial y en la voz; con la ayuda de ambas, se conforma una llamada de auxilio lanzada a los demás. También el llanto es una expresión emocional de carácter universal.
La ira suele provocar más ira, y se puede entrar en una rápida escalada que hace que sea considerada como la emoción más peligrosa. La ira avisa de la necesidad de cambiar algo, hace saber al resto que “hay problemas”, y en ese ciclo vicioso muchas veces lo que se busca es la oportunidad de enfadarse.
La sorpresa es la más breve de todas las emociones.
El miedo responde a la percepción de una amenaza de daño físico o mental. La reacción que suele provocar es esconderse o huir.
Los niños y los adolescentes se sienten fascinados por el asco. A esas edades atrae lo raro, lo enfermizo, lo desgraciado y lo socialmente contaminado.
El desprecio o desdén también tiene una expresión facial universal.
Y, por último, la alegría, que donde más se aprecia es en el tono de voz. La alegría presenta diversos grados: diversión, contento, excitación, alivio, asombro, éxtasis, gratitud, elevación, etc.
Los estudios de Paul Ekman demuestran que todos experimentamos las mismas emociones, pero todos las experimentamos de manera distinta. La respuesta que cada uno dé a esa emoción y el cómo la viva, es la que marcará la diferencia de actitud entre las personas.